Esta entrevista es especial. No es solo una conversación con una maestra, sino un reencuentro con alguien a quien le debo, como tantos otros, lo que soy hoy. Doña Matilde Rubio no solo me enseñó a leer y escribir, sino que con paciencia y dedicación guió a generaciones enteras de niños y niñas en sus primeros pasos en la educación. Poder entrevistarla es un honor incalculable, un privilegio que me llena de gratitud y emoción.

Doña Matilde es una de esas figuras que dejan huella, una maestra de vocación que ha dedicado su vida a la enseñanza con entrega absoluta. Desde sus primeros años en el aula, su labor ha estado marcada por el cariño y el compromiso con sus alumnos. Su legado es incuestionable: miles de socuellaminos han pasado por sus manos y cada uno de ellos guarda en su memoria la imagen de una profesora cercana, exigente cuando era necesario, pero siempre con una sonrisa y con el deseo de que sus alumnos aprendieran.

Un legado que viene de familia

Nacida en La Roda, su vocación le vino de familia. Su padre, Don Juan Rubio, fue una figura destacada en la educación, hasta el punto de que un instituto en La Roda lleva su nombre. Matilde recuerda con admiración cómo su padre luchó para que todos sus hijos tuvieran la mejor educación posible.

«Mi padre era muy avanzado para su tiempo», explica. «Era muy estricto en casa, pero para lo del estudio, nos apoyaba en todo». En una época en la que la educación no era obligatoria y muchas niñas dejaban la escuela a los 10 años, él animó a Matilde a seguir estudiando. «Me dijo: ‘Tienes dos opciones en esta casa. O estudias o te buscas un trabajo. Pero aquí, sin hacer nada, no te quedas’».

Esa decisión marcaría el destino de Matilde. Se marchó a estudiar a Albacete, con mucho sacrificio, haciendo un ingreso especial en el magisterio. «Fue duro, pero mi padre siempre estaba ahí. Me decía: ‘Si crees que puedes sacarlo adelante, yo me esfuerzo’». Y lo consiguió. Con apenas 19 años, aprobó las oposiciones y empezó a ejercer como maestra.

Una primera escuela en una aldea remota

Su primer destino fue una aldea de Yeste, un pequeño rincón de la sierra de Albacete. «Era una aldea con 10 o 12 casas, muy aislada. Yo llegaba en autobús hasta Yeste, y luego el alcalde tenía que venir a buscarme en burra para subir hasta allí».

Allí vivió experiencias inolvidables. Sus alumnos caminaban varios kilómetros cada día para asistir a clase. Algunos llegaban desde 4 o 5 kilómetros de distancia, atravesando caminos de tierra, con frío en invierno y calor en verano.

Pero el mayor problema era la climatología. «Si nevaba, no podíamos salir. Yo rezaba para que no nevara en diciembre, porque si no, me quedaba atrapada allí». No había transporte, ni calefacción en la escuela, ni comodidades. «Teníamos clases los sábados por la mañana. Cuando llegué a Socuéllamos, fue el último año que tuve clase un sábado».

Pese a las dificultades, aquellos dos años en la aldea le marcaron para siempre. «Era otro mundo. La educación era lo único que podía cambiar el destino de aquellos niños».

De Villalgordo a Socuéllamos: un cambio que le marcó la vida

Tras su paso por Yeste, Matilde se trasladó a Villalgordo del Júcar, donde permaneció varios años. La cercanía con La Roda le permitió estar más cerca de su familia, aunque su corazón ya tenía otro destino. «Me hice novia de un chico de Socuéllamos. Y supe que tarde o temprano acabaría pidiendo traslado aquí».

Ese día llegó en 1970. «Pedí el destino en enero, porque ya teníamos fecha de boda, y me lo concedieron. Me casé en agosto y en septiembre ya estaba en el aula en Socuéllamos, en mi querido Gerardo Martínez».

Aterrizaba en el CEIP Gerardo Martínez, donde comenzaría una etapa de 33 años.

Primer día en el colegio y un cambio radical

Su llegada a Socuéllamos supuso otro gran cambio en su carrera. En las aldeas había estado con aulas mixtas y alumnos de todas las edades, pero en el Gerardo Martínez la realidad era distinta: las clases eran solo de niñas.

«Fue un gran cambio. De repente, pasé de dar clase a niños y niñas de distintos niveles en la misma aula, a tener solo niñas y de una única edad», explica. «Pero lo que más me marcó fue que tuve que coger un primero. Nadie lo quería, y como yo era la última en llegar, me lo dieron a mí».

Ese primer año fue un reto, pero también un descubrimiento. «A partir de ahí, supe que lo que más me gustaba en esta vida era enseñar a leer y escribir».

Con emoción en los ojos, Matilde recuerda lo que significaba para ella ver a sus alumnas escribir sus primeras palabras. «Es un momento mágico. Pasar de no saber nada a leer y escribir es increíble».

Los cambios en la educación y los valores perdidos

A lo largo de su carrera, Matilde fue testigo de muchos cambios en la educación. «Antes los niños salían mejor preparados», dice sin dudar. «Sabían leer y escribir con más soltura. Ahora veo que les cuesta mucho más».

Recuerdos, anécdotas y la huella de una maestra

Después de más de 30 años en el colegio, Matilde guarda miles de recuerdos y anécdotas. Una de las más divertidas la protagonizó una niña llamada Lourdes.

«Un día llegó indignada al aula y me dijo: ‘¡Seño, que Santitos me quiere!’». Matilde, con su habitual ternura, intentó calmarla. «Le dije: ‘Pero si todos te queremos, Lourdes’. Y ella, muy seria, me respondió: ‘¡Que no, seño! ¡Que me quiere de novia!’».

Son historias como esta las que hacen que Matilde sea recordada con tanto cariño. «Hace poco un antiguo alumno me dijo: ‘Seño, ¿se acuerda de mí?’. Y le pregunté cuántos años tenía. Me dijo que 60. ¡60 años!. No me lo podía creer. Me di cuenta de que hacía más de 50 años que no lo veía».

Un adiós con cariño y gratitud

Doña Matilde Rubio se jubiló con 60 años, dejando un legado imborrable en la educación de Socuéllamos. Miles de niños y niñas han pasado por sus manos, y todos recuerdan a una maestra cariñosa, exigente, apasionada por la enseñanza y con un amor incondicional por su trabajo.

En esta entrevista, más que con palabras, se percibe su legado en la emoción con la que habla de su profesión. Porque su enseñanza no fue solo académica, sino también de valores y principios.

Gracias, Doña Matilde. Por enseñarnos a leer, a escribir y, sobre todo, por enseñarnos con el corazón. Socuéllamos nunca olvidará su entrega y su amor por la educación; que sirva esto como homenaje que ella nunca quiso, porque en su modestia, lo más importante es enseñar y amén que lo ha logrado.