La localidad manchega de Campo de Criptana vivió uno de sus días más tristes el 17 de marzo de 2001, cuando, pasadas las doce y media del mediodía, uno de sus vecinos halló el cadáver de una niña. Se trataba de Inmaculada Arteaga López, de 14 años, quien no regresó a casa la noche anterior tras salir con amigos.
Horas antes de encontrarse el cuerpo, un hermano había alertado de su desaparición a la Policía Local. Sobre las once de la mañana, su familiar acudió a las dependencias policiales y explicó que la menor no tenía problemas familiares ni razones para escaparse, lo que llevó a los agentes a sospechar que algo grave había ocurrido.
Se organizó una búsqueda urgente en la que participaron tanto la Policía Local como familiares de la niña. Apenas una hora y media después, un vecino se presentó en la comisaría para informar que había encontrado un cadáver cerca de la ermita de San Pedro, en la Sierra de los Molinos.
Un hallazgo estremecedor
La Guardia Civil y la Policía Judicial se desplazaron de inmediato al lugar. La escena del crimen era sobrecogedora: el cuerpo de la niña yacía boca arriba, con el rostro desfigurado y rodeado de un charco de sangre. Junto a ella, se hallaron piedras de gran tamaño ensangrentadas, que fueron utilizadas por el asesino para acabar con su vida.
Aunque la identificación oficial del cadáver no se realizó hasta la tarde, los familiares reconocieron sus ropas desde el primer momento. La confirmación oficial llegó por parte del subdelegado del Gobierno en Ciudad Real, Jaime Lobo.
El juez de guardia ordenó el levantamiento del cadáver y su traslado al depósito municipal para la autopsia, realizada a la mañana siguiente. Mientras tanto, los expertos en Policía Científica recogieron muestras en la escena del crimen con la esperanza de hallar pistas sobre el responsable.
La investigación y la clave del ADN
El impacto del asesinato en Campo de Criptana fue enorme. La Guardia Civil centró sus primeras sospechas en el entorno de la víctima, interrogando a familiares y amigos. Sin embargo, el caso se mantuvo sin resolver durante cinco años hasta que la ciencia forense ofreció la respuesta definitiva.
La clave para atrapar al asesino fue el ADN, que permitió identificar a Santiago Muñoz-Quirós, uno de los 350 jóvenes a los que se les realizó una prueba de ADN con un bastoncillo en las encías. Cinco años después del crimen, el asesino fue detenido gracias a este método científico.
La detención del asesino
El 17 de marzo de 2006, exactamente cinco años después del asesinato, agentes de la Guardia Civil se acercaron a Santiago Muñoz-Quirós en el bar El Chaflán, donde solía acudir con frecuencia. Tras esperar a que terminara su copa, lo abordaron en la puerta y le comunicaron que debía acompañarlos.
- “Tienes que acompañarnos”, le dijeron.
- “¿Y qué hago con mi moto?”, preguntó Santiago.
- “Déjala, no la vas a necesitar”, le respondieron.
El crimen y la confesión
En su primera confesión, Santiago, que tenía 19 años en el momento del asesinato, relató que aquella tarde recogió a Inmaculada en su Vespino blanca y la llevó a la Sierra de los Molinos, con la intención de mantener relaciones sexuales. La niña se negó y, en un arrebato de furia, él la golpeó brutalmente hasta matarla.
Después, regresó a su casa, se cambió de ropa y salió con sus amigos como si nada hubiera ocurrido. Durante cinco años, llevó una vida completamente normal, sin levantar sospechas ni siquiera entre su círculo más cercano.
El ADN resolvió el caso
La Guardia Civil sometió a pruebas de ADN a 350 varones de la zona, en lo que fue la primera vez en España que se realizaba un análisis masivo de este tipo para encontrar a un asesino. Finalmente, la coincidencia con las muestras halladas en el escenario del crimen permitió identificar a Santiago.
Ante la evidencia, Santiago optó por llegar a un acuerdo con la Fiscalía y reconoció los hechos, mostrando arrepentimiento. Fue condenado a 14 años de cárcel por asesinato y violación, además de afrontar una cuantiosa responsabilidad civil con la familia de la víctima.
El ADN: una herramienta clave en la justicia
Este caso se convirtió en un precedente en la investigación criminal en España, demostrando la eficacia del ADN como herramienta forense. Gracias a esta tecnología, la Guardia Civil resuelve unos 600 delitos al año, mientras que en Europa se investigan 25.000 crímenes anualmente con su ayuda.
El asesinato de Inmaculada Arteaga dejó una profunda huella en Campo de Criptana, pero también marcó un antes y un después en el uso del ADN como prueba irrefutable en la resolución de crímenes.
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